Por: Sebastián Rodríguez, psicólogo.

Ha sido una semana compleja para todos los chilenos y es por ello que interrumpo mis columnas para compartir lo que he visto en consulta, pues ultra simplificando mi muestra, me ha tocado atender a personas que, por un lado, sienten haber vivido momentos intensos, excitantes y esperanzadores, y a otras que confiesan -más allá de sus simpatías o antipatías-haber deambulado entre el miedo, la rabia y la pena.

En términos caricaturizados, los más entusiastas, han disfrutado o revivido momentos de sana rebelión y confían en que esta crisis social va a lograr, de una vez por todas, hacer justicia y saldar una larga deuda, mientras en la otra vereda hay personas que, aunque compartan los mismos anhelos, no han podido evitar que los sucesos vividos los conecten -o reconecten- con la impotencia y la desesperanza.

Mientras el fantasma del pasado se asoma y no deja sonreír a algunos, la ansiedad de los más entusiastas inevitablemente los alerta al preguntarles qué va a pasar con ellos… si las cosas no resultan como esperan…

Los menos atraviesan el entusiasmo, el miedo y la pena con altas dosis rabia, la que puede observarse en la creciente exageración y descontextualizados de todo lo que ven, sienten y escuchan. El problema es que estos sujetos, pese a ser pocos, dan rienda suelta a la paranoia y la persecución en la búsqueda de explicaciones, soluciones, responsables y culpables, lo que inevitablemente termina contaminando a su entorno y en es por ello que ya varios especialistas han recetado tener cuidado con los grupos de WhatsApp.

Así, no es raro que mientras los más entusiastas teman el bajón, los más asustados y rabiosos quieran que todo vuelva a la normalidad lo antes posible y que los más afectados por la tristeza supliquen por levantarse de este golpe que los ha dejado literalmente, fuera de juego.

Estereotipadas las principales formas observadas de gestionar la incertidumbre, la pregunta que le surge a muchos de mis clientes es cómo lidiar con todas estas emociones al mismo tiempo o de manera sucesiva, pues nos guste o no, estas voces dialogan en nuestras relaciones, en la televisión, en las redes sociales y en nuestra propia psiquis.

El resultado de este combo emocional es que la mayoría de los chilenos estamos transitando nuestro territorio con una lenta digestión emocional y el desafío para muchos es volver a la rutina familiar, personal, académica y laboral, pues para nadie ha sido fácil.

Así, un primer paso puede ser entender por qué reaccionamos cómo reaccionamos frente a esta crisis social y para adentrarnos en esta materia me gustaría hacerlo bajo el alero de Eric Miller (1924-2002), autor del libro Liderazgo, Creatividad y Cambio en Organizaciones, pues aparte de su formación psicoanalítica y de su larga experiencia investigando fenómenos sociales y grupales en el Tavistock Institute of Human Relations, este autor nació entre guerras mundiales y tuvo que interrumpir-como muchos europeos de su época- su vida y sus estudios universitarios para servir al ejército inglés.

Hecha esta introducción, Miller nos advierte que si bien las crisis sociales son verdaderas “oportunidades para reflexionar, cuestionar e innovar”, también son momentos que ponen sobre la mesa nuestras más primitivas necesidades de seguridad y dependencia. Por eso, las discusiones y potenciales acciones que tienen esperanzados a algunos, tienen aterrados a otros, pues en estos dimes y diretes pareciera que el mundo, tal como lo conocemos, está obsoleto, va a perecer y todo va a cambiar.

Así, discursos tan actuales y diversos como los que surgen alrededor del cambio climático, la conformación de la familia, la identidad sexual, los límites de la política y los negocios, el desprestigio de las instituciones, la crisis terminal de la educación y el fin del capitalismo, por nombrar los primeros que se me vienen a la mente, nos recuerdan, en todo momento, que lo que creíamos saber y conocer… no era tal.

Y muchas personas, frente a la presión que generan estos cambios y sus discursos, despiertan movidos por un subidón adrenalínico y sienten que no pueden dejar escapar una oportunidad como esta para lograr todo lo que no se ha logrado en el pasado, mientras otros desarrollan automáticamente rechazo e incomodidad frente a lo que el investigador James Krantz, también del Instituto Tavistock, denomina ansiedad por el Nuevo Orden.

Escuchemos un fragmento de su artículo -tan oportunamente titulado- “Ansiedad y Nuevo Orden”.

“Diariamente nos recuerdan que nos dirigimos hacia el Nuevo Orden, lugar donde las pasadas aproximaciones a la forma de organizarse y de llevar a cabo el trabajo están obsoletas. El cambio es constante e impredecible; los mercados son inestables; la explosiva innovación tecnológica es una cuesta excesivamente empinada (…) Los establecidos contratos psicológicos entre los empleados y las organizaciones se están evaporando”.

Lo peor de este panorama es que independiente de “cuán” cerca estemos al Nuevo Orden (¡que vienen décadas anunciando!), nadie se salva de ser manejado por fuerzas turbulentas ni de estar bajo una inmensa presión para alterar o desmantelar patrones profundamente arraigados.

Por eso, si volvemos a nuestra realidad actual, veremos a través de la calle, la televisión o las redes sociales, que la crisis social moviliza, ya sea a través del refuerzo o de la amenaza, patrones largamente arraigados en nuestras vidas, en nuestras familias y culturas, por lo que la insistencia de estos refuerzos y amenazas, nos ponen en jaque con otros patrones. Dicho lo anterior, no es de extrañarse si inevitablemente chocamos con respuestas que nos parecen radicalmente opuestas a las nuestras, pues nuestros cerebros estresados están trabajando desde la trinchera.

La buena noticia es que debajo de estos comportamientos superficialmente antagónicos, hay un denominador común: el malestar social. Sí, estamos mal como sociedad -¡qué duda cabe!- y es por ello que independiente de la postura que tengamos frente a la crisis, cuando vemos y escuchamos a personas influyentes sorprendidas frente a la intensidad y profundidad de los últimos acontecimientos, nadie siente ni un ápice de empatía hacia ellos, pues estas dinámicas, llevan décadas moldeando los cuerpos de la mayoría de los chilenos.

El Instituto Tavistock, para explicar el origen del malestar social que vivió el Reino Unido en los años ochenta, se remontó a la posguerra (informe Beveridge, 1942) para buscar sus causas y conceptualizó la crisis de los ingleses con sus líderes e instituciones como consecuencia de una cultura de la dependencia fallida.

Tras varios cambios y recortes al estado benefactor inglés a fines de los años setenta, se desató una crisis social que en términos psíquicos se denominó repliegue psicológico: “una huida hacia la fantasía y el retraimiento de la inversión psicológica”.

En chileno, esto significa que las personas empezaron a desconfiar de las instituciones y tomaron distancia de sus líderes. De repente la desconfianza se instaló en todos los procesos y empezó a moldear nuestra forma de relacionarnos y vincularnos no solo con las autoridades y las empresas, sino con los nuestros y con nosotros mismos.

En consulta, esta desconfianza puede verse, por ejemplo, en la desconexión con el presente y la nostalgia por tiempos y  formas del pasado, en la imposibilidad de estar en el aquí y ahora o en la ansiedad por el futuro, en el ahogo por las crecientes responsabilidades, en las constantes dudas sobre nuestras capacidades para asumir los compromisos, en la impotencia frente a las deudas y el alto costo de la vida, y en la rabia contra los responsables del deterioro de la salud pública, el sistema educacional y previsional.

Así, a tan solo una semana de que la vida de todos los chilenos cambiara, estamos y andamos vulnerables frente a la crisis social y es por ello que aunque no entendamos o nos frustre la reacción de los otros o de nosotros mismos, el segundo paso a dar es buscar espacios de diálogo donde podamos verdaderamente escuchar y ser escuchados, pues en estos días de incertidumbre cargamos más voces de las que quisiéramos reconocer.

De repente, sienten algunos, nos hemos rigidizado o nos hemos transformado en un mar de contradicciones y el desafío, para ambos extremos, es a no perder la calma durante las siguientes semanas, tanto si baja nuestro entusiasmo, como si aumenta nuestro miedo, rabia o tristeza, pues la idea es volver a confiar en que mantendremos o recuperaremos la alegría de ser chilenos.

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